La mujer estaba realmente cansada y comenzaba a sentirse extremadamente deprimida. El día había sido agobiante y de tanto caminar sentía que ya todo se movía solo. Iba rápido, muy rápido, pues sentía que algo la perseguía. Tenía la certeza de que así era, y tenía razón. Al voltear el rostro se dio cuenta de que alguien la seguía y se escondía en la oscuridad. Al parecer una mujer, delgada y alargada insistía en hacer sus mismos movimientos, pisándole los tobillos y se movía muy pegada a la pared.
Subió las escaleras. Sabía que tarde o temprano de ese modo la perdería de vista, pero era astuta, cuando volteaba seguía estando allí como estampilla.
La mujer corrió al llegar al último piso del edificio. Miró hacia atrás: lo había logrado. La mujer oscura ya no la perseguía.
Un viento fuerte corrió sobre su cara de pronto y al mirar a su alrededor todo avanzaba demasiado rápido, ventanas y ventanas, a pesar de que no movía sus piernas. No importaba. Al menos ya nadie la perseguía. Cerró los ojos un momento y al abrirlos notó que la silueta de la mujer estaba en frente suyo a unos metros de distancia y se acercaba sin mover sus piernas; desesperada trató de volver hacia atrás, pero era imposible. El pavimento se acercaba y la mujer, su sombra, se transformaba ahora en un círculo cada vez más negro. Todo terminó cuando su cuerpo tocó el suelo.
Natalia Caro
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